Se habla cada vez más en foros especializados, y por parte de expertos, de que hay crisis vocacional entre los nuevos aspirantes a ser profesional sanitario. ¿Será verdad? ¿Y los gerentes? Empecemos por definir algunos conceptos.
El término “vocación” proviene del verbo latino “vocare” que, a su vez, parece encontrar su origen en la raíz indoeuropea “wekw”, relacionada con las palabras “voz” y “épica”. Buscando una explicación más técnica, basta con acudir a la RAE, que lo define como “inclinación a un estado, una profesión o una carrera”. Porque, en un mundo ideal, todos nos dedicaríamos, para vivir en nuestra sociedad, a lo que realmente nos gusta. Sin embargo, no siempre es posible. Esto nos llevaría a hablar del término “profesión”, que no es lo mismo.
¿Qué es vocación de servicio en salud? Se puede señalar que vocación de servicio es la inclinación de ayudar a otro, implica tener una disposición permanente para dar oportuna atención a los requerimiento y trabajos asignados. Según lo que vamos avanzando, ya estamos viendo que, en principio, no hay nada que estorbe para que la vocación por la gestión sanitaria pueda ser heredada de padres a hijos, pero no necesariamente, pues, aunque la genética pueda influir en la personalidad y los intereses, la vocación también puede serlo por factores ambientales y culturales, creencias y habilidades.
Resumiendo, la vocación es una inclinación, o interés natural, hacia una actividad o profesión en particular. Se refiere, por tanto, a esa inclinación natural, o llamado interior, que una persona experimenta hacia un campo específico de trabajo o actividad. Por ello, estamos muy familiarizados con relacionarla con algunas profesiones como las religiosas o las militares que, eso sí, demuestran al cabo de los años ser las mejor estructuradas jerárquicamente y eficientes a lo largo de la historia. Algo que, seguro, echamos en falta a menudo en nuestras organizaciones sanitarias actuales.
Quien tiene una cierta vocación asistencial tiene espacio para satisfacer su inquietud, no solo en nuestro país, sino en todo el mundo, particularmente incluso en el menos desarrollado. Quien tiene un interés más técnico, también encuentra sus oportunidades, pues, con los avances tecnológicos, existen especialidades que requieren unas competencias que, en algunos casos, se parecen más a la ingeniería mecánica que al mundo de la salud.
En el sector de la salud, hay también recorrido para los interesados en la investigación científica, con importantes esfuerzos públicos y privados a medio plazo. También se encuentran profesionales más vinculados al mundo farmacéutico desde la perspectiva más comercial y, no quiero olvidarme de los gestores de la salud pública y privada, es decir, los centros hospitalarios y las administraciones públicas competentes en materia de salud pública y sus respectivas organizaciones de salud.
Hablando de estos últimos, el hecho de que la salud sea tan relevante en términos de equidad social, estado del bienestar y de coste, ha comportado que la gestión eficiente sea imprescindible y, por lo tanto, los centros hospitalarios se han organizado como verdaderas industrias, gigantes, que se enfocan en estandarizar los procesos de "producción” y evaluar la calidad, los costes y los tiempos al máximo. Es el llamado "taylorismo” de la salud (organización científica del trabajo de médicos y enfermeras), que acaba repercutiendo en situaciones de estrés, desmotivación y falta de estímulo por parte de aquellos profesionales (médicos y enfermeras) que no han podido o sabido optar a responsabilidades más creativas, diversificadas o innovadoras. Y sometidas, cada día más, al trabajo empresarial donde no están adecuadamente preparados.
Y ¿qué se considera una profesión? Proveniente, en este caso, de “professio-onis”, significa “acción y efecto de profesar o ejercer en una orden religiosa”, también según la RAE. En el mundo moderno, para ejercer una profesión tenemos que contar con toda la formación previa necesaria para desarrollarnos. Se trata, pues, de estudiar para obtener el título, o adquirir las habilidades que el puesto con el que nos ganamos la vida nos exige.
Por otro lado, cuando hablamos de un profesional, solemos utilizarlo de dos formas: como elogio a su entrega y/o a su disposición en el oficio que se trate, por supuesto que percibiendo una remuneración económica a cambio de su actividad laboral. O sea, que la profesión es la labor que ejercemos en una sociedad a cambio de un salario, mientras que la vocación estaría más enfocada a la satisfacción personal, ya que se trata de una labor que no necesariamente ha de estar remunerada. Y siempre teniendo en cuenta que, en ocasiones, ambos términos confluyen y el trabajo de uno es tanto una profesión como una vocación. Este escenario es el idóneo.
Las profesiones de la salud tienen unas características propias que las hacen atractivas, desde el punto de vista de quien está en una etapa de elección de su futuro profesional, pues se perciben como profesiones que previenen o resuelven problemas concretos, es decir, las enfermedades de las personas sean leves o más complejas.
La vocación se construye y se forma durante toda la vida. Está en permanente evolución durante todo nuestro ciclo vital. Lo que sucede es que, en la adolescencia, es un hito bastante trascendental. Por tanto, y por lo que hemos visto hasta ahora, debemos tener claro que la profesión es la labor que ejercemos en una sociedad a cambio de un salario, mientras que la vocación estaría más enfocada a la satisfacción personal y, por tanto, se trata de una labor que, no necesariamente, ha de estar remunerada.
La gestión sanitaria, por su parte, es un campo que requiere una amplia gama de habilidades, sobre todo de relaciones interpersonales, de delegación, liderazgo, manejo de técnicas y crisis, de resolución de problemas y una capacidad analítica y critica importante, entre otras habilidades. Sin embargo, en ocasiones ambos términos confluyen y el trabajo de uno es tanto profesión como vocación. Este escenario es el idóneo, aunque es complejo en las profesiones sanitarias porque puedes tener vocación, pero si no tienes las calificaciones necesarias como para acceder a ellas, de poco servirá.
Aunque, en el otro lado, algunos dirán con razón, que muchos estudiantes se ven inducidos a elegir Medicina simplemente por haber logrado una nota muy alta en sus estudios de Bachillerato, lo que no siempre se corresponde con una vocación real por ser médico, ni mucho menos. A mí me sorprende y más en el Siglo XXI. El único camino que existe en España para ser especialista en Medicina es la vía MIR. Una prueba de obstáculos diseñada hace ya casi cincuenta años, que supone unos estudios de seis años para obtener el título, más cinco años para obtener la especialidad escogida y poder ejercer como tal, más todo el resto de la vida formándose para estar al día. Pese a ello, y afortunadamente para todos nosotros, cada año más y más jóvenes desean ser médicos, pero se encuentran con más obstáculos para conseguirlo o, al menos, para ejercerlo. ¡En principio, ¡si esto no es vocación que venga Dios y lo vea!
En España se convocan todos los años una media de mil plazas menos de MIR que el número de licenciados en medicina que salen de nuestras universidades, lo que supone que muchos, tras el examen, no podrán ejercer la especialidad y, por tanto, tendrán difícil ejercer como médicos, aunque lo sean oficialmente. Una solución adoptada por muchos de estos es emigrar a otro país, bien para poder estudiar esa especialidad o para trabajar como médico generalista en práctica privada.
Pero el futuro para los que han conseguido plaza para estudiar el MIR no es mucho mejor. Una vez que terminan la especialidad, nadie les asegura un puesto de trabajo, a pesar del déficit de médicos que cada año tiene España, y optan, también, por irse a otro país. Es decir, no solamente dejamos que se vayan los jóvenes médicos a estudiar y trabajar fuera de España, sino que, con los que hemos invertido un buen dinero en su formación, registramos su pérdida cuando se van a otros países.
De forma no tan escandalosa en tiempo de formación, pero mucho más en número de emigrantes, esto se puede hacer extensivo a Enfermería y, quizás, a otras profesiones sanitarias. Y lo peor de todo, si cabe, es que en un porcentaje muy alto de todos ellos hay un rico componente vocacional, formado o no durante su carrera universitaria, que estamos desaprovechando, aparte de otras cualidades.
Hasta aquí́ una pequeña introducción para hacer un paralelismo y entrar en materia con el mundo de los nuevos gestores sanitarios objeto de este artículo, y que, en algunos casos, con tendencia creciente, pueden provenir del mundo de la medicina de forma profesional o vocacional también y no por la vía del “dedismo”, como hasta ahora casi siempre, ¿por qué no? Ha llegado el momento de definir la gestión sanitaria y cómo podemos buscar el paralelismo o no con los conceptos de vocación y profesión que hemos considerado hasta ahora.
La gestión sanitaria es el conjunto de actividades dirigidas a mejorar la salud de las personas y la calidad de los servicios de salud, a través de la planificación, organización, dirección y control de recursos humanos, financieros, materiales y tecnológicos. La gestión sanitaria resulta de suma importancia, porque permite administrar y supervisar el funcionamiento óptimo de un centro de asistencia médica, desde la perspectiva de un profesional que ha sido certificado en el área de la salud.
Con los conceptos que hemos definido hasta ahora, podemos preguntarnos si existe realmente una profesión, un oficio (que alude a un bagaje de conocimientos) de director, administrador o gestor de instituciones hospitalarias.
¿Está definido un cuerpo de doctrina para esa profesión?, es decir, ¿existe un quantum mínimo de conocimientos y habilidades para ejercerla?
¿Está regulada? ¿Se otorgan títulos o acreditaciones para su ejercicio?
¿Está claro el sistema de acceso a estos puestos (dirección, gestión)? ¿Existe una carrera profesional (expresión hoy tan de moda)?
¿Está definido el modo en que estas instituciones deben ser dirigidas? Podríamos decir: ¿hay una praxis normalizada y reconocida en la profesión que sirva de referencia para el análisis?
¿Está regulada la praxis profesional? ¿Existen mecanismos de evaluación de la misma? ¿Hay organismos de control?
Si hablamos de una profesión específica, ¿hay intrusismo profesional?
Si el profesional hace algo mal o no cumple con las expectativas ¿se exigen responsabilidades? Y siguiendo con lo que los ingleses denominan accountability (obligación de rendir cuentas a alguien), ¿se piden cuentas a los mismos? ¿De qué forma?
¿Cuenta el profesional con la necesaria autonomía y los medios adecuados (herramientas de gestión o management) para ejercer su profesión?
Al contrario de lo que podría parecer en una primera aproximación, estas preguntas suscitan dudas en sus respuestas y nos hacen entrever la falta de especificidad o definición, en muchos aspectos, del personal que se dedica a labores de dirección, gestión y administración hospitalaria. Las conclusiones que quiero expresar para finalizar son que, para que sea vocacional la gestión, hay todavía mucho camino por recorrer, entre otras cosas:
Porque la carrera y el grado de gestor sanitario no están reconocidos como tal entre las titulaciones propias de casi ninguna universidad pública española de rango tradicional, pese a los muy loables esfuerzos realizados para ello por parte de diversas instituciones privadas y con criterios de admisión muy blandos y sin pasar por el temible tamiz de la ANECA. Evidentemente, si esa es la situación en el grado, es innecesario decir que no existe un postgrado real. Y si ese reconocimiento ya es pobre socialmente, tampoco es mucho mejor en el plano económico, donde los salarios de muchos gestores de hospitales son inferiores a los subordinados de rango en organigrama.
No es la mejor forma de atraer vocación, con escaso reconocimiento intelectual y económico en sus alforjas y destinados a ser sobrepasados por otros funcionarios (es la pública donde más se da), por decisiones políticas de personas que carecen de dichos conocimientos profundos. Por ello, los alumnos ven estos estudios como formación complementaria a sus actividades habituales, pero no como para ser el centro de su vida profesional.
Una vez más abandonemos los corporativismos ridículos. El mundo debe ser del que sabe (“zapatero a tus zapatos”) y luchemos todos los que estamos enamorados de esta magnífica carrera de gestor sanitarioque, como se repite en cada vez más sitios, ayuda a salvar vidas, por incluirla en la LOPS, por ejemplo, con igual rango que las que aparecen hoy en día. ¿Quién mejor que el que controla y supervisa la seguridad del paciente, la calidad de las prestaciones, los recursos tecnológicos necesarios, etc., para obtener esa consideración? Por cierto, esa clasificación de unas carreras sí y otras no, en dicha Ley, se ha quedado ya muy obsoleta y convendría actualizarla con las nuevas fuentes de saber biosanitario que surgen continuamente.
Las generaciones venideras que vean, en la gestión sanitaria, ese espíritu de superación y reconocimiento profesional y económio, seguirán el ejemplo y se producirá el deseado vocacionismo, no solo en ellos, sino en sus sucesores familiares, como ha ocurrido tradicionalmente entre los médicos.