Valor en salud
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Aprender de los errores

Aprender de los errores

Corpus Gómez
Experiencia e Innovación Marina Salud. Grupo Ribera   /   21-11-2019   /   0 COMENTARIOS   /  A+ | a-
"Experiencia es el nombre que todo el mundo le da a sus errores"
Oscar Wilde.

El Kintsugi es el arte japonés de arreglar lo roto con oro. Es una técnica artesanal centenaria del país nipón que consiste en reconstruir la cerámica rota para hacerla más hermosa de lo que era antes. De este modo consiguen convertir las piezas rotas en ejemplares únicos, y más bonitos aún de lo que fueron antes de romperse. Con ella lo débil se hace bello y fuerte.

Este arte nos aporta no solo belleza sino algo bien inspirador, nos ilustra el concepto de conceder una segunda vida a las cosas, enriquecida con cicatrices que les otorgan un carácter propio y bello. La pieza se rompió, pero fue recompuesta, esa rotura es una parte de su vida que la hace más preciosa por su capacidad de resiliencia. Sus cicatrices la hacen más valiosa que otras piezas que se conservaron siempre intactas.

En EEUU en las entrevistas de trabajo te preguntan cuántas veces has fracasado antes de tener éxito en alguna de tus ideas o proyectos y esto es así porque se considera que alguien que no se ha equivocado es alguien con poca experiencia, es alguien con menos garantías de éxito. Cuántas enseñanzas provienen de culturas tan diferentes a la nuestra, ¿verdad? Tuve ocasión de escuchar recientemente a Andrea Barbiero, especializada en tecnología y estrategia sanitaria, quien, durante su intervención en el Congreso Internacional de Salud Digital de Donostia, nos hablaba de la importancia de aprender de los errores y del componente cultural que esto tiene. Desafortunadamente, este concepto de aprendizaje y adquisición de experiencia a través de error, no está demasiado extendido en nuestra cultura, apenas es valorado y, con excesiva frecuencia, está totalmente penado.

Charles Chaplin decía que le gustaban sus errores, que no quería renunciar a la deliciosa libertad de equivocarse. Nosotros, inmersos en esta cultura del error-terror, estamos renunciando a esa preciosa libertad y, con ello, desaprovechando multitud de oportunidades de crecimiento.

Bien es cierto que los errores en las profesiones sanitarias son algo especialmente terrible, afectan a la salud y en ocasiones a la vida de las personas y, precisamente por ello, el sentimiento de culpa puede ser devastador respecto a los que se comenten en otras profesiones. Esto no viene más que a sumar argumentos a la idea de ser generosos con nuestros colegas mediante la difusión pública de los errores, regalémosles ese conocimiento.

En el ámbito sanitario estamos acostumbrados a asistir a eventos de carácter científico donde prima la cultura del ‘postureo’. Mostramos nuestros logros y avances y nunca (casi) tenemos la oportunidad de conocer las debilidades, los errores, las estrategias mal diseñadas, los procedimientos que no funcionan, las actuaciones que llevaron a equivocaciones.

No olvidemos que una gran parte de la difusión de la ciencia consiste en publicar resultados, los negativos también. Cada fracaso nos instruye sobre algo que necesitábamos aprender. Deberíamos ser capaces de evaluarnos de manera honesta, dejar atrás la idea de error-terror y tener la grandeza suficiente para compartir con nuestros pares aquello que nos hizo tropezar, porque compartirlo y publicarlo es un ejercicio de generosidad que construye la experiencia de los demás, les evita andar por caminos desacertados y les ayuda a crecer.

Jean de la Fontaine hablaba de la vergüenza de confesar el primer error y de que esta hace cometer muchos otros. Y es que, ¿cuántos de nosotros nos atrevemos a confesar públicamente nuestros errores?

En medicina se aprende errando, la investigación se construye errando, se investiga con metodologías basadas en el ensayo-error y, sin embargo, de manera habitual, permanecemos callados con todo aquello que no fue un acierto. Nos aplicamos a la penitencia que nos toca por nuestra incapacidad de acertar y nos aposentamos en un fuerte sentimiento de culpa por la pifia.

Esta búsqueda sistemática de culpables y aplicación indiscriminada de castigo a quien se equivoca hace que no construyamos sobre el erro. No publicamos nuestros resultados negativos o fallidos porque nos avergonzamos de ellos y no lo hacemos hasta acertar en alguna diana y ser públicamente reconocidos por algún logro. Un querido colega me ilustraba sobre la práctica demasiado habitual y consciente de la medicina defensiva, de la hiper-prescripción terapéutica y diagnóstica provocada por este terror y del exceso de celo en la aplicación de los procedimientos. Estas prácticas son algo muy parecido a la denominada ‘huelga a la japonesa’ en que los trabajadores, paralizan la actividad por exceso de producción mediante la aplicación estricta de las normas. Paradójicamente, coinciden en esta reflexión dos referentes de la misma cultura nipona, el primero ilustraba crecimiento, belleza y robustez; este último ilustra algo totalmente diferente.

Con el fin de argumentar la práctica de esta medicina defensiva me relataba su anécdota personal, el caso de un paciente en urgencias en riesgo extremo de muerte cuya vida lograron salvar in extremis gracias a la excelente actuación de los profesionales, este paciente les denunció porque en alguna de las maniobras de intubación de emergencia le habían movido un poco un diente, ese error en situación de emergencia fue penado con una denuncia al profesional por mala praxis. Poco Kintsugi en este y tantos otros casos.

Mostrar y publicar errores, y tratarlos de manera orgullosa para aprender de ellos es un ejercicio de generosidad: compartir, enseñar a otros. Convertiremos nuestros errores en algo bello, algo que sirve para crecer y convertirnos en algo más fuerte, que nos dotará de experiencia y que evitará sufrimiento a otros.

El aprendizaje a través del error es una cultura que debe entrar en las organizaciones. Se deben utilizar los errores para crear conocimiento y no para destruir talento. ¡Abracemos el carácter pedagógico del error!
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