Babel deriva de la palabra hebrea “balal” que significa “mezclar, confundir, embrollar”. Es el nombre con el que se conoce la famosa torre relatada en el libro Génesis del Antiguo Testamento. Fue una construcción que los descendientes de Noé erigieron para desafiar a Dios y vengarse de él por la muerte de quienes perecieron en el Diluvio Universal. El Dios de Noé envió a sus ángeles a La Tierra para confundir el idioma de los babilonios, para que no pudieran entenderse entre sí y se vieran obligados a abandonar la construcción. La Torre de Babel ejemplifica el castigo a la prepotencia de los hombres en su desafío al poder divino, limitó el poder de los hombres multiplicando las lenguas y diseminando los pueblos.
A lo largo de la historia, la humanidad ha intentado paliar esta barrera a la comunicación y el trabajo en equipo que supone la diversidad de lenguas, agrupándose en torno a algunas que permiten entenderse con la mayoría de la población mundial. Ahí tenemos el chino, el español o el inglés y también inventamos, con poco éxito, el esperanto, para ver si lográbamos entendernos todos fácilmente, pero no, seguimos teniendo un galimatías mundial.
Algo parecido hemos logrado cuando diseñamos las carreras profesionales en el ámbito sanitario. Empeñados en mantener una lengua común homologable en todo el sistema de salud, inventamos nuestro esperanto particular: la Ley de Ordenación de las Profesiones Sanitarias. Sin embargo, este idioma universal a todos dejó abierta la puerta para multiplicar, a plena libertad del diseñador o del intérprete, los significados de cada una de las palabras o conceptos que componen su diccionario.
Así, tenemos en el idioma común conceptos y palabras iguales para todos: grados de carrera profesional, tiempos mínimos de ejercicio profesional necesarios para progresar de uno a otro grado y la acreditación de una serie de méritos (actividad asistencial, formación, gestión, docencia e investigación). Hasta aquí llegan las reglas básicas de nuestro idioma común, a partir de este puñado de conceptos elementales empezamos a construir nuestra magnífica Torre de Babel contando con al menos 17 traductores principales (los diferentes servicios de salud autonómicos), una cantidad indeterminada de acreditadores de formación continuada interpretando términos y un sinnúmero de modelos de carrera profesional con aplicaciones diferentes del mismo lenguaje, tantos como sean capaces de diseñar, interpretar y pactar entre organizaciones sanitarias y representantes de los trabajadores.
Para ilustrar brevemente el galimatías: el tiempo mínimo de permanencia en grados varía según comunidades autónomas, la actividad asistencial también es denominada evaluación del desempeño por algunos, por otros no. Respecto a la gestión, se interpreta en muchas comunidades autónomas como “compromiso con la organización”, en alguna otra como “implicación en el desarrollo: organizativo, científico y profesional”; de cómo se miden cada uno de estos términos mejor no entrar en detalles. Los conceptos “formación” y “docencia” parecen más fáciles de traducir ¿verdad? Pues tampoco, depende de lo que cada entidad acreditadora de formación establezca respecto a formatos, duraciones y contenidos; en general, se interpretan como horas que duran las actividades formativas, aunque con esto de la formación online asíncrona ya no sé yo cómo medir esas horas. Es lo que tiene el concepto de tiempo que tan misterioso es. Por ello es más común que se traduzcan a créditos, si bien la valoración de estos no se corresponde con el sistema europeo de transferencia de créditos y en la mayoría de los casos se indica la equivalencia de un crédito con 10 horas, pero no en todos, no se nos ocurra ponernos de acuerdo en algo. De desarrollar competencias o de aprender durante esas horas o créditos mejor no hablamos, no vayamos a confundirnos en los términos.
No tiremos la toalla, en este diccionario hay una palabra bendita que es unánimemente interpretada por todos los agentes implicados: Don Dinero. Con ella no tenemos dudas, seguro. Lástima que no todos los grados de carrera profesional tengan asociada retribución en todo momento y en todos los territorios y, si investigamos con tesón, incluso podemos aspirar a localizar alguna autonomía que asocia el mismo incentivo económico a la carrera de sus profesionales que otra. Y es que la palabra incentivo también es muy, pero que muy interpretable, no apta para políglotas, es una de las que más cuesta pronunciar correctamente.
En fin, seamos benévolos con nuestro ilusionante esperanto, nuestra ley pretendía establecer para la carrera profesional de nuestros sanitarios sus principios generales, comunes y homologables en todo el sistema y lo consiguió, tenemos homologados y todos interpretamos exactamente igual una palabra “Grado” y cuatro números: 1, 2, 3 y 4 ¿o eran 5? porque en algún momento alguien definió un grado inicial. Definitivamente, castigo divino, tenemos una Babel fastuosa, el Dios de los babilonios era un verdadero aprendiz a nuestro lado.
Articulo original publicado en New Medical Economics noviembre 2021