Conseguir a una práctica clínica excelente es una tarea compleja que requiere, no únicamente conocimiento técnico, sino también habilidades sociales y personales, como pueden ser la empatía, la capacidad de síntesis y la intuición.
Las dimensiones básicas para conseguir que el proceso asistencial sea excelente son varias. La primera, una atención sanitaria de calidad basada en la evidencia científico-técnica disponible. La segunda, una atención personalizada y humanizada que produzca satisfacción y aceptabilidad por parte de la persona que la recibe. El tercer lugar, que la dimensión social de la atención sea adecuada, en función de la situación de la persona, sus deseos, la calidad de vida previa y posterior a la atención, aportándole valor en términos de salud percibida y calidad de vida. Como colofón, la atención sanitaria excelente debe ser eficiente contribuyendo a la sostenibilidad global del sistema de salud y social. En definitiva, ser acorde con la situación socioeconómica y los recursos disponibles.
Analizaré someramente, a modo de reflexión, estas dimensiones en el contexto de nuestro sistema sanitario y social, teniendo en cuenta sus características, tipo Beveridge financiado por impuestos, y su desarrollo tecnológico.
En nuestro medio la calidad científico técnica debería ser fácil de conseguir, sin embargo, la limitación principal para alcanzarla es la formación del profesional. Es cada vez más difícil estar al día en los avances científicos, sobre todo en la práctica más generalista e integral, como la medicina de familia o la medicina interna. Por ello, quizá, hay un afán cada vez mayor de los profesionales en superespecializarse en áreas concretas dentro de su especialidad. Esta superespecialización tiene la ventaja de reducir el campo de conocimiento y, por tanto, resulta más sencillo estar actualizado de los avances en su parcela de trabajo. También da prestigio profesional y social, siendo los superespecialistas más demandados en el mercado laboral. El riesgo de la superespecialización es ofrecer una atención disbalanceada, no integral ni equilibrada, que puede no ser tan aceptable ya que obvia aspectos globales y otros que no pertenezcan a su campo. La inteligencia artificial en este apartado de la actualización científica, integrada en la historia clínica electrónica, puede ser uno de los grandes apoyos del profesional, ofreciendo consejos, sugerencias y alarmas en las diversas situaciones clínicas.
La dimensión de la humanización, aceptabilidad y satisfacción de las personas es otro aspecto difícil con el que lidiar, ya que la variabilidad individual es enorme, tanto en los profesionales como en las personas que reciben la atención. Este hecho dota de una especial complejidad a los actos clínicos y, por ello, se considera que la medicina y otras profesiones sanitarias están dentro de la categoría de las “humanidades”. Así, para ejercer de manera excelente estas profesiones, es necesario tener cualidades como la cercanía, la capacidad de escuchar, de tranquilizar y convencer, la empatía y la asertividad, pero también la flexibilidad. Esta dimensión supone, además, tener conciencia de que el protagonista del proceso asistencial es la persona que recibe la atención y no el proveedor de los servicios. En nuestro medio, aunque las encuestas muestran cifras de alta satisfacción con la atención sanitaria, no debemos de obviar que la aceptabilidad y satisfacción se quiebran por las demoras del sistema, el paternalismo, que aún se produce según qué profesional trate, y la falta de personalización del proceso asistencial.
Respecto a la dimensión social, cada vez se tiene más en cuenta; pero aún muchos profesionales la ignoran por ni siquiera conocer el estado social y la calidad de vida de las personas a las que atienden. Es importante tenerla siempre de guía. Que el profesional la conozca para que, a pesar de que científicamente sepa qué hacer, valore si debe hacerlo en función de los deseos reales y últimos del paciente, su situación social, qué calidad de vida desea; en último término, qué valor le aportamos a la atención. Son cuestiones, a veces, éticamente complicadas en pacientes no conscientes o con sus facultades disminuidas, que pesan moralmente al profesional si no está formado y preparado con herramientas, personales y colectivas, para afrontar estos dilemas. En este aspecto, los comités éticos, los equipos de cuidado paliativos, los trabajadores sociales y otros recursos especializados como profesionales de salud mental, ofrecen un apoyo valiosísimo, que hace que sea necesario trabajar en equipo con ellos.
Por último, respecto a la sostenibilidad y su dimensión socioeconómica, en España por nuestra economía desarrollada y la forma de provisión sanitaria, basada en la universalidad y la equidad, podemos ofrecer las prestaciones más avanzadas y caras si es necesario. Ello no es óbice para que el profesional ajuste el proceso al más eficiente posible, ya que los recursos son siempre limitados y el coste de oportunidad de los actos en el sistema que no aportan valor o, incluso son directamente innecesarios o dañinos, es muy alto. La práctica clínica actual, basada muchas veces en protocolos o guías poco personalizadas −que fomentan el sobrediagnóstico y el sobretratamiento, basadas en la tradición guiada por la comodidad del profesional, o en la medicina defensiva− hace que un porcentaje que los distintos estudios cifran entre el 20 % y el 35 % o más de los actos clínicos sean innecesarios. Este es un despilfarro de recursos enorme y un despropósito que pone en riesgo la sostenibilidad socioeconómica y la salud de las personas, al producir efectos adversos innecesarios en las mismas. El proyecto DianaSalud (Divulgación de Iniciativas para Analizar la Adecuación en Salud) recoge una recopilación de 6.607 recomendaciones en este sentido, basadas en diferentes iniciativas como la del NICE, Choosing Wisely, Less Is More Collection (JAMA Network), etc. Las más frecuentes se refieren a uso de fármacos, pruebas diagnósticas y otros procedimientos clínicos, muchos extendidísimos, como el sondaje vesical o la episiotomía. Modificar la práctica clínica de los profesionales en procedimientos, tratamientos y otros actos que se han vuelto rutinarios es uno de los grandes retos de la formación continua de los profesionales, donde en España tenemos el hándicap de que no se evalúa periódicamente al profesional como en la mayoría de los países.
En definitiva, una práctica clínica excelente no es misión fácil y requiere abordar los problemas de salud de las personas desde un punto de vista integral y global, teniendo en cuenta todos estos aspectos. En este sentido, el médico de familia es una figura clave para poder armonizar estas dimensiones y conseguir que finalmente el proceso asistencial y la práctica clínica puedan ser excelentes. Sin embargo, las fuerzas contrarias son importantes: la fascinación tecnológica, el sobrediagnóstico, la medicina defensiva y la falta de coordinación y trabajo en equipo de los profesionales de los distintos niveles asistenciales y distintos servicios, incluidos los sociales, hacen que la tarea sea tremendamente compleja. Mientras, como ayuda y apoyo, programas e iniciativas dedicadas a incentivar, evaluar y acreditar buenas prácticas y excelencia clínica en los procesos, pueden ayudar y servir de guía en este ingente trabajo de conseguir la atención en salud más excelente.