Qué familiar nos resulta en el sector lo de prescribir, recetar, ordenar un remedio. Usualmente fármacos, pero también pautas de conducta. Forma parte de nuestro trabajo decir a los pacientes lo que deben hacer para cuidarse, para sanar; se pretende con ello obtener la máxima adherencia al tratamiento que mejor puede contribuir a la mejora de su salud.
Podríamos afirmar que el sanitario es un prescriptor nato, sin embargo, hay una determinada prescripción que todavía no está todo lo generalizada, que debiera, que le cuesta hacer, que se resiste a hacer o no sabe cómo hacer: la prescripción de información.
Un paciente apoderado es activo, implicado, protagonista de su salud y para ello -y fundamentalmente- debe ser un paciente informado. Deberíamos ser capaces de orientarles para que tengan la mejor información y esa, hoy por hoy, no solo les llega de su contacto directo con los profesionales sanitarios, sino que la demandan, la buscan y la obtienen en el canal por excelencia del siglo XXI, en la red. Se trata de expedir al paciente, para empoderarle, una nueva receta: la de la información fiable y rigurosa.
Hace ya más de 5 años -y eso es casi la prehistoria cuando de tecnología hablamos- que el Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información publicó un interesante informe titulado “Los ciudadanos ante la e-Sanidad” que recogía las opiniones y expectativas de los ciudadanos españoles sobre el uso y la aplicación de las tecnologías de la información en el ámbito sanitario. Los resultados eran muy reveladores: por una parte, el 82 % de la población encuestada utilizaba buscadores generales para buscar recomendaciones de salud, diagnósticos, síntomas, centros y servicios o médicos. Por otro lado, apenas un 17 % de ellos comprendía la información que leía en Internet. Respecto al uso de dispositivos, aplicaciones móviles y programas para el cuidado de la salud, el 84 % de los participantes en el estudio las conocía, aunque menos de un 27 % de ellos las usaba y apenas un 25 % de ellos lo hacía por prescripción y consejo médico.
Conclusión: la inmensa mayoría de los ciudadanos busca información sanitaria en la red y conocen las herramientas que pueden ayudarles, pero apenas unos pocos comprenden la información que encuentran y únicamente la cuarta parte de ellos se adhería a estos tratamientos por prescripción médica.
No se ha vuelto a localizar publicado un estudio actualizado que nos permita monitorizar la situación actual y ver la evolución de esa prescripción; es un mal endémico de nuestros sistemas de información, somos lentos en la anamnesis y el diagnóstico.
Podemos, por tanto, intuir lo que demandan los pacientes: que sean los profesionales sanitarios quienes les orienten, les prescriban apps y webs, pero no podemos monitorizar el grado en que lo hacen actualmente los profesionales de la salud y la única pista que tenemos es que lo hacen solo unos pocos. ¿Quiere esto decir que nos sigue dando miedo empoderar al paciente? ¿O quizá no sabemos cribar la información rigurosa y relevante en la red para prescribirla?
Lo que sí parece cierto es que en los últimos años han proliferado enormemente los llamados influencers sanitarios. La gran parte de estos prescriptores son profesionales médicos con afán divulgativo que ejercen una labor pedagógica en sus respectivos ámbitos. Las personas que destacan en su ámbito profesional conocen, utilizan y rentabilizan el potencial de las redes sociales. Los expertos defienden la recomendación a los pacientes por parte de los sanitarios de fuentes cualificadas de consulta en Internet y de los nuevos entornos digitales para combatir la llamada “cibercondria”, el hecho de asumir infundadamente enfermedades por síntomas comunes basándose en la revisión de resultados de búsqueda en la red. Para evitarla, los profesionales de la salud deberían ayudar a sus pacientes a localizar información rigurosa y relevante en la red que provenga de fuentes cualificadas.
En la función de Recursos Humanos también ejercemos a menudo de prescriptores, lo hacemos con nuestros compañeros, los profesionales de la salud. Particularmente, suelo prescribir a menudo un tratamiento llamado “digitalemia”. Se trata de aconsejar y acompañar en la adquisición de las habilidades relacionadas con la información y la comunicación a través de las nuevas tecnologías. Al hilo de una cita de Benjamin Franklin: “El mejor médico es el que conoce la inutilidad de la mayor parte de las medicinas”. Me atrevo a parafrasearle afirmando que el mejor médico será el que conoce la inutilidad de la mayor parte de lo que es “ruido” en la red.